“No creo que se juegue como se vive. Probablemente, se juegue como no se vive. El chiquito desposeído que era Maradona se convertía en un rey dentro de la cancha. Probablemente, necesitara entrar a la cancha para abandonar sus rémoras, sus falencias, sus carencias... Entonces, salía de una vida dura, en la que no era nadie, y entraba a un cuadrado en donde era el mejor de todos y era reverenciado. Quiere decir que en este caso, como en mil otros que conozco, se juega justamente como no se vive. Uno va a jugar a la cancha a buscar lo que no encuentra en la vida cotidiana o a descargar, por decirlo banalmente en un sentido psicológico, agresividades que en la vida cotidiana nos conducirían a la cárcel. El fútbol nos conduce a menudo a la expulsión, pero no más allá. A menudo, muchas personas aprovechan ese momento de agresividad para ser competitivos o para buscar el triunfo a toda costa. Y eso puede estar bien en la cancha, pero no está bien afuera. Cuando escucho a un tipo decir que no quiere perder ni a las bolitas, pienso que está loco. ¡A mí qué me importa perder a las bolitas! ¿Qué es eso? ¿Querés ganar a todo? ¿Dónde vivís? ¿Qué clase de persona sos? Si sos un jugador profesional, supongo que querrás ganar siempre. Pero ese querer mucho, segunda superstición, no quiere decir poder mucho. No creo que sea tan fácil como dicen los muchachos de las pizzerías de la new age: que basta con querer mucho una cosa para lograrla. He visto adentro de la cancha a tipos que por más que querían no podían. No creo que haya un paralelismo en forma directa entre la persona que uno es y el jugador que uno es”.
Alejandro Dolina
[Escritor argentino]
En Un Caño nº 34 - marzo 2011
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